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PRESENTÉ MI RENUNCIA AL JEFE
                                     QUE, LUEGO DE MALDECIRME UN

                                     LARGO RATO, ME DEJÓ SER



                               Dilema




                                        Por Pablo Salazar
                                                  Argentina

                            Usuario: TestingThingsMail




                                     No me interesaba si eran culpables o inocentes, si eran
                                     hombres o mujeres, buenos o malos. Nada me importaba a la
                                     hora de llevarme una vida. No me considero un asesino, soy
                                     solo el encargado de sacarle el alma a las personas. Si, soy la

                                     muerte. No soy humano, pero a veces así me siento. Por día
                                     tengo que quitarle el alma a más de doscientas personas. Veo
                                     sus caras segundos antes de que mueran, sus expresiones de
                                     horror y a su sufrimiento. Yo no soy quien decide , ellos forjan
                                     su propia vida y su destino, yo sencillamente me llevo el alma.



                                     Muchas veces sentí pena, como cuando me llevé la joven alma
                                     de un pequeño niño de dos años. Ahora que lo pienso mi
                                     trabajo es horrible, me encantaría dejarlo y ser humano. Me
                                     gustaría poder tener sentimientos, enamorarme y poder tener
                                     la posibilidad de formar mi propia familia.
                                     Entonces me decidí, presenté mi renuncia al jefe que, luego de
                                     maldecirme un largo rato, me dejó ser una persona. Volví a

                                     nacer, fui un bebé, luego un niño y más tarde un adulto casado
                                     y con una hermosa hijita. Mi vida no podía ser más perfecta, la
                                     tranquilidad reinaba y todo era pura felicidad.
                                     Un día de invierno, a la noche, tocaron el timbre de mi casa.
                                     Era un hombre encapuchado, cuando le pregunté quién era me

                                     dijo:
                                     - Soy tu reemplazo.
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